viernes, agosto 04, 2006

Odio

La campaña del odio
enrique maza

02/08/2006

Las campañas presidenciales se convirtieron en un estado psicológico y político que impregnó el pensamiento de todos los participantes y de buena parte de la población. En ese estado psicológico, la representación del enemigo se convirtió en una preocupación central. Había que destruirlo. Ahí empezó la campaña negativa, que el Partido Acción Nacional llevó hasta el extremo de gastar millones de pesos en una propaganda de odio, maligna, ofensiva y enconada contra su adversario. La síntesis de la campaña panista fue: mi causa es sagrada, la suya es malvada; nosotros actuamos por una causa justa, ellos obran con maldad; nosotros somos inocentes, ellos son culpables; nosotros somos las víctimas, ellos son los agresores; nosotros somos la salvación, ellos son el peligro. Así, sin más. Millones de pesos gastados en eso, porque el enemigo debe ser arrancado de raíz.

Estas imágenes malévolas del enemigo son comparables a las fantasías sobre brujas, demonios, espíritus malignos. Lo sorprendente de ese tipo de pensamiento es que sus propugnadores no sólo están autoconvencidos de tener razón -fanatismo-, sino también de que su bondad y su rectitud vencerán a las fuerzas del mal y de la oscuridad, a las que pintan como si se tratara de esas historietas de los buenos y los malos, en las que se dibuja a los malos como asesinos dementes, torturadores, violadores sádicos, monstruos gorilescos, ratas. Sólo que aquí los enemigos son figuras públicas de carne y hueso, y eso convierte la historieta en una siembra de odio que va quedando y que divide a la sociedad. No vieron al enemigo como un adversario o como un símbolo, sino como un blanco. Sembraron odio. Pero pueden cosechar tempestades, porque la imagen que se crea del enemigo está vinculada necesariamente a la autoimagen. Es un retrato compuesto que refleja lo que uno es. En eso gastaron millones, en sembrar odio y en dividir a la sociedad y en mostrar lo que son.

Estos son rasgos típicos de los movimientos autoritarios y en este caso de los regímenes de la derecha autoritaria: renovación, depuración. Su maquinaria descansa en las viejas clases dominantes, fundamentalmente en las económicas, que sólo permiten transformaciones limitadas en los que ejercen el poder, y rara vez se aventuran a llevar a cabo una movilización de masas positiva y dinámica. En el poder autoritario, la religión juega un papel de refuerzo, como lo juegan los militares y la policía, mientras las clases privilegiadas se nutren económicamente y se refugian en sus guetos de oro. La pasividad y la represión del campesinado suelen ser garantía para el régimen autoritario, como lo han sido en México. La bajeza panista contra Elena Poniatowska no tiene medida. Y le llaman comunista. Se equivocaron de siglo.

Todo esto vivimos en los meses pasados, durante la campaña, aunado al cinismo supuestamente señorial de la derecha. En el fondo, es una competencia de conciencias. Uno de los hechos palpables de nuestro tiempo es que la civilización occidental ya guardó en el armario su atuendo cristiano, y los panistas de hoy son una prueba documental de esta realidad. Ya enterraron las supuestas pamplinas idealistas que impedían la voluntad de poder, y optaron por la componenda neoliberal de las conciencias. Ya estamos inmersos en el drama político-moral que ha desatado el panismo y que puede tener desenlaces imprevisibles, porque una buena mayoría de la población está muy lejos de ser neoliberal, pero sufre las consecuencias. Los panistas están dispuestos a todo y por eso se creen invulnerablemente listos.

En la cuestión de la moral se están decidiendo las cuestiones más profundas de nuestras vidas. Están llevando al pueblo de México a ser lo que no quiere ser. La Ley Televisa y los contenidos de la televisión, de la radio y de otros no pocos medios entrañan ese empeño. La campaña presidencial panista, con su encono perverso, fue por el mismo camino. Nuestro encadenamiento a Estados Unidos y nuestro alejamiento de América Latina tienen el mismo sello. Igual que la negativa a revisar el conteo. La razón de Calderón es que el pueblo ya votó. Pero el pueblo no contó los votos. Y el problema viene cuando los "súbditos" empiezan a decir no, cuando reflexionan libremente sobre los convencionalismos y sobre las argucias del poder, del dinero y del privilegio, cuando aprenden el saber de la ambivalencia, cuando empiezan a meter piedras en el engranaje. Así pasó en estas elecciones, más allá de un partido y de un candidato. De ahí la necesidad apremiante de dar transparencia a los resultados de las elecciones y recontar los votos.

La campaña panista no emprendió el intento de una comprensión teórica de su gobierno. Se dedicó a denigrar al adversario, a enconar y dividir a la población, a demostrar el gobierno autoritario, intransigente, que nos promete, en nombre de la lucha contra enemigos mitificados. Todo -dicen- radica en las instituciones y nada de valor, ni humano ni espiritual ni popular, existe ni debe existir fuera de su legalidad -la de ellos- y de sus instituciones. Eso es lo que protegerá sus privilegios. Y dirán que resuelven las contradicciones y las injusticias intrínsecas del neoliberalismo y de su acumulación de la riqueza. Por eso carece de sentido su discurso sobre los pobres.

Es lo que nos esperaría, a juzgar por lo que fue la campaña panista, que aceptó y llevó a cabo la brutalización del lenguaje y de la vida política y social. Y, como la mentalidad del pueblo no cambia de la noche a la mañana -ni con Televisa-, con el panismo sería de esperar una presidencia autoritaria que no incluya, sino frene, al movimiento popular que se manifestó en las elecciones, más allá de los partidos. Atender al pueblo sería renunciar a la dominación política y al enriquecimiento de los de arriba, que han caracterizado a México a lo largo de su historia. Los de abajo no cuentan. Rara vez han contado.

Por lo demás, hay que desconfiar siempre de quienes dicen que van a cambiar a la sociedad de arriba para abajo. Lo más probable es que sus soluciones sean peores que los problemas que pretenden resolver. No se construye un mundo sobre las bases de una ideología que todo lo abarca y todo lo explica. Eso sería construir sobre convicciones totalitarias. Los fascismos siempre han ofrecido la visión de un nuevo orden político y social, la nueva alternativa de un mundo ordenado. Sólo que no existe la reconciliación corporativa de clases. Lo que puede y debe existir es una justicia distributiva que mejore seriamente las condiciones de vida de la población. Una nación en la que 60% -si no más- son pobres es monstruosa, es una aberración moral.

En la carta que Albert Einstein le escribió a Sigmund Freud, le dice: "La necesidad de poder del sector dominante se resiste en todos los Estados a una limitación de sus derechos de soberanía. Aquí la respuesta más indicada es: la minoría de los dominantes tiene sobre todo la escuela y casi siempre también las organizaciones religiosas bajo su control. Con estos medios domina y dirige los sentimientos de las masas, al tiempo que los convierte en sus instrumentos". l

origen
http://www.proceso.com.mx/elecciones06/analisis.html?aid=42684